jueves, 27 de febrero de 2014

De cuando dejamos de programar y nos fuimos a un balneario

Eran casi las 6 de la tarde y el altavoz del balneario nos invitaba a ir alzando nuestros triques. Sin embargo, elegimos echar al asador la segunda ronda de tacos de carne asada. Era jueves, de un día laborable y desde la 1 pm todo el equipo de desarrollo (12 programadores y yo) teníamos permiso de convivir (y conbeber) en un balneario. Por eso cuando L, un programador que tiene 3 o 4 meses en la empresa me preguntó ¿Oye Rox, y cada cuánto hacen esto?, sonreí. Nunca, es la primera vez, contesté.

La idea fue mía. El equipo tenía alrededor de 2 mil pesos ahorrados, producto de cobrar llegadas tardes a la junta diaria. Casi siempre, ese dinero se destinaba en tragaderas inhumanas de carne de pollo, res y puerco, con sus respectivas cervezas en un restaurant brasileño. Pensé que podíamos hacerlo mejor. Darle más valor a nuestro dinero. Por eso, pedí permiso a nuestro subdirector y me aguanté la tentación de organizar dinámicas de integración y de organizar yo todo.

Más que pasar un rato divertido, lo que quería es que hubiera convivencia fuera de un ambiente laboral porque creo que importante que nos conozcamos como personas, más allá de las habilidades ingenieriles. Por supuesto, hay grupos de compas que de pronto se juntan a "echar chela", pero las responsabilidades personales siempre impiden la asistencia de todos. Así que tenía que ser en horario laboral.  La única condición fue no dejar temas laborales abiertos y la asistencia de todos.

Yo no propuse la idea del balneario; sólo les dije que teníamos 4 horas (más 2 de comida) para hacer lo que queramos. En una junta se decidió el balneario y nos asignamos responsabilidades de compras de insumos para carne asada, cerveza y transporte. Me dí cuenta que no consideramos los utensilios para asar la carne: pinzas o cuchillos, pero no dije nada, quería ver cómo lo resolvían. Al final fue L quien llevó una tablita, un tenedor y un cuchillo.

Apenas llegamos al balneario tuvimos un problema: no nos permitían entrar con los 3 cartones que habíamos comprado. Si bien en el balneario permiten consumir alcohol, esperan que los compremos ahí. Nos arreglamos dejando un cartón en consigna y la promesa de no salir a comprar más. Apenas instalados destapamos las cervezas y un grupo comenzó a encender el fuego y otro directo a la alberca. El siguiente inconveniente, que ahora es un chiste local, fue la pérdida de $50 pesos en cebollitas. 

Después de comer-tragar nos fuimos a la alberca. Bajo la presión de "si no te avientas te aventamos", todos terminamos dentro. Se organizaron carreras y juegos con la pelota entre carrilla y el doble sentido que distinguen a nuestra área. Algunos corrieron para los toboganes y a los minutos les seguimos todos. Yo no quería salirme de la alberca porque cuando me da frío comienzo a estornudar. Aún así estornudé y me aventé algunas veces. Algunos se aventaban de los toboganes gritando fuertísimo y los que estábamos abajo nos reíamos de su bajada. Corrían, se aventaban entre ellos y echaban desmadre. Incluso hubo un par de señores que se unieron a nuestro ambiente. Era tal el relajo que uno me decía "¿Ya ves como andan? Sácanos más seguido Rox". De ahí nos fuimos a la fosa de clavados a medio llenar y después, a volver a comer y a chelear.

De las cosas que me ponen más contenta de esa tarde es que siempre estuvimos todos juntos. No hubo "bolitas" que se apartaran o solitarios que se pusieran a leer. Todos nos olvidamos de los teléfonos y no extrañamos ese cartón consignado. Entre todos se animaban para ir a los toboganes o a las albercas y se ponían de acuerdo para cocinar. 

Sería muy presuntuoso (y mentiroso) de mi parte decir que esa tarde fue un parteaguas en nuestra integración como equipo; eso es un proceso y tiene altas y bajas. Sin embargo, es bueno disfrutar los buenos momentos de la vida, incluso con los compañeros de trabajo.